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Mon, 04 Mar 2024 18:30:44 +0000
Cuaresma, tiempo de acercamiento
Os dejamos el propósito para mañana
Martes
5 de marzo de 2024
Lecturas:
Dn 3, 25. 34-43. Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde.
Sal 24, 4-9. Señor, recuerda tu misericordia
Mt 18, 21-35. Si cada cual no persona a su hermano, tampoco el Padre os perdonará.
En nuestro camino hacia la Pascua, hacia el encuentro con Jesucristo vivo, hoy la Palabra nos invita a la conversión, a la conversión a la misericordia y a la compasión.
Así lo hemos cantado antes del Evangelio: Ahora convertíos a mí de todo corazón, porque soy compasivo y misericordioso (cf. Jl 2, 12-13).
Así es el corazón de Dios, y ese es el corazón que te regalará el Espíritu Santo, si le dejas actuar en tu vida.
En la primera lectura, Azarías recuerda a Dios sus promesas, le recuerda su fidelidad y se acoge a su misericordia, pidiéndole que acepte nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde.
Esta oración de los jóvenes, que están en el horno encendido por haberse negado a adorar a la estatua, nos muestra un modo de rezar en medio de las pruebas: confesar humildemente el propio pecado y la bondad de Dios, confiarse a Él y bendecirlo y alabarlo en toda circunstancia, esperando la salvación que sólo Él puede darnos.
Es una invitación a no esconder tus pecados, sino a que se los entregues al Señor, a que te dejes abrazar por el Padre que te ama.
El Evangelio nos habla del perdón, especialmente dentro de la comunidad cristiana: ha de ser ilimitado.
Si has experimentado la misericordia del Padre, no podrás andar calculando las fronteras del perdón y de la acogida al hermano, sino que verás como de tu corazón brota la compasión hacia el hermano, a padecer con él, a no permanecer indiferente a su sufrimiento.
Perdonar no significa minimizar el pecado cometido contra nosotros o “enterrarlo”.
El perdón significa que yo reconozco haber sido ofendido, pero que elijo poner esta ofensa en las manos de Dios. Elijo renunciar a mi derecho a retener eso en mi corazón contra la otra persona y entrego a Dios la ofensa recibida para que Él sea el juez.
El perdón no significa someterse a una situación de peligro o de injusticia. No está reñido con el derecho a defenderse ni con el deber de proteger a los inocentes.
Sólo el Espíritu Santo puede hacer que tengamos los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Así, el perdón se hace posible, perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo (cf. Ef 4, 32).
No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión (cf. Catecismo 2842s).
¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).
¡Ven Espíritu Santo! ???? (cf. Lc 11, 13).
Martes
5 de marzo de 2024
Lecturas:
Dn 3, 25. 34-43. Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde.
Sal 24, 4-9. Señor, recuerda tu misericordia
Mt 18, 21-35. Si cada cual no persona a su hermano, tampoco el Padre os perdonará.
En nuestro camino hacia la Pascua, hacia el encuentro con Jesucristo vivo, hoy la Palabra nos invita a la conversión, a la conversión a la misericordia y a la compasión.
Así lo hemos cantado antes del Evangelio: Ahora convertíos a mí de todo corazón, porque soy compasivo y misericordioso (cf. Jl 2, 12-13).
Así es el corazón de Dios, y ese es el corazón que te regalará el Espíritu Santo, si le dejas actuar en tu vida.
En la primera lectura, Azarías recuerda a Dios sus promesas, le recuerda su fidelidad y se acoge a su misericordia, pidiéndole que acepte nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde.
Esta oración de los jóvenes, que están en el horno encendido por haberse negado a adorar a la estatua, nos muestra un modo de rezar en medio de las pruebas: confesar humildemente el propio pecado y la bondad de Dios, confiarse a Él y bendecirlo y alabarlo en toda circunstancia, esperando la salvación que sólo Él puede darnos.
Es una invitación a no esconder tus pecados, sino a que se los entregues al Señor, a que te dejes abrazar por el Padre que te ama.
El Evangelio nos habla del perdón, especialmente dentro de la comunidad cristiana: ha de ser ilimitado.
Si has experimentado la misericordia del Padre, no podrás andar calculando las fronteras del perdón y de la acogida al hermano, sino que verás como de tu corazón brota la compasión hacia el hermano, a padecer con él, a no permanecer indiferente a su sufrimiento.
Perdonar no significa minimizar el pecado cometido contra nosotros o “enterrarlo”.
El perdón significa que yo reconozco haber sido ofendido, pero que elijo poner esta ofensa en las manos de Dios. Elijo renunciar a mi derecho a retener eso en mi corazón contra la otra persona y entrego a Dios la ofensa recibida para que Él sea el juez.
El perdón no significa someterse a una situación de peligro o de injusticia. No está reñido con el derecho a defenderse ni con el deber de proteger a los inocentes.
Sólo el Espíritu Santo puede hacer que tengamos los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Así, el perdón se hace posible, perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo (cf. Ef 4, 32).
No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión (cf. Catecismo 2842s).
¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).
¡Ven Espíritu Santo! ???? (cf. Lc 11, 13).
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